Frank Correa
LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) - Hace poco presencié un hecho
que me causó risa, pero también me llevó a la reflexión.
El viejo Pastrana le cambió a Crispín un pollo recién nacido, amarillo y
tierno, por una botella de ron casero que nuestro vecino destila a
vapor en un serpentín para la venta clandestina, al que llamamos "Chispa
de tren". En su afán por cerrar el trueque, Pastrana le explicó a
Crispín que esos pollitos se convertían rápidamente en pollos de cinco
libras, perfectos para un fricasé dominguero.
Crispín tuvo sus dudas con respecto a la crianza del ave, pero Pastrana,
ya con la botella de Chispa bajo el brazo, lo convenció diciendo que el
pollo era de la granja de Fidel, de una raza superior.
-En un mes ya son pollos de cinco libras.
Crispín acunó en sus manos la cría. Al descubrir su orfandad acercó el
pollo a la altura de su cara y lo arrulló, sin saber que tras aquel acto
de ternura surgiría entre los dos una fuerte relación.
El pollito creció en un dos por tres, a pesar de las dificultades que
acarreaba su alimentación. No había pienso y Crispín compartió su plato
de comida. El calor era sofocante por las noches, y le permitió que
subiera a la cama y durmiera frente al ventilador. Crispín empezaba a
cuestionarse el momento de retorcerle el pescuezo, adobarlo, meterlo en
la cazuela y comérselo.
Con su pío pío constante el pollo –según Crispín- no dejaba de hablarle,
y él jugaba a que lo entendía perfectamente. Incluso el ave le infundía
confianza y le demostraba valores ya olvidados, como la lealtad. No se
escapó nunca de la casa, ni lo traicionó de ninguna forma. Salía al
patio solamente a realizar sus necesidades y al jardín a proporcionarse
sustento. Sería algo ruin sacrificarlo para comerse un fricasé.
Pero estas cosas no las sabía la tarde en que Pastrana le cambió el
pollito por la botella de Chispa. Tampoco imaginaba que iba a pedir
ayuda a Pastrana para sacrificar al ave compañera. Se fue a su casa
pollo en mano, y Pastrana abrió rápidamente la botella, intocada hasta
ese momento, para que no hubiera marcha atrás en el trato. Se dio un
trago largo. Al observar cómo Crispín arrullaba al pollo, se identificó
con los sentimientos del amigo y decidió confesarle el secreto.
Lo llevó al cuarto y destapó una caja. Dentro había una pecera. En el
fondo, quieta, había algo, que Crispín no pudo precisar. Se acercó al
borde y todavía no supo de qué bicho se trataba.
-Langosta -dijo Pastrana satisfecho-, la cogí también de pichoncita,
pero no la cambio por todas las botellas del mundo.
Cuba: Pollo y langosta (31 August 2009)
http://www.cubanet.org/CNews/y09/agosto09/31_C_5.html
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