10 de mayo de 2017

Emigrados

Emigrados
9 Mayo, 2017 7:50 pm por Eduardo Martínez Rodríguez

El Cerro, La Habana, Emaro, (PD) Cuando era joven, tuve un excelente
grupo de amigos. Éramos seis, inseparables. Coetáneos, habíamos crecido
más o menos juntos, y de maneras diferentes habíamos escapado del
desesperanzado pueblo donde nacimos en el interior de la isla para
emigrar, en distintas fechas, a La Habana.

Jóvenes y saludables, nuestra existencia era una eterna aventura con el
tema de las chicas, las irrepetibles novias, y las interminables
tertulias donde se despachaban algunas, tal vez demasiadas, botellas de
ron. Trabajábamos, asistíamos a fiestas, como todo el mundo. Pero un día
llegó el Período Especial, nombrecito ingeniado por Fidel Castro para
designar a la peor crisis económica jamás sufrida por el pueblo cubano,
peor, dicen, que el Machadato.

En el llamado Maleconazo, el 5 de agosto de 1994, uno de mis amigos, el
mulato, fue brutalmente golpeado por estar en el momento y lugar
equivocado -una parada de ómnibus- cuando atacaron las Brigadas de
Respuesta Rápida (otro engendro de Fidel Castro) a las decenas de miles
de manifestantes espontáneos contra la miseria y la dictadura que se
movían por el Malecón.

El grupo decidió largarse del país: armar una balsa rústica y aprovechar
la ventana de veinticinco días que había generado Fidel durante una
rabieta televisada para molestar a los yanquis con el tercer éxodo
masivo de su gobierno.

La balsa la construyeron en una carpintería del Estado. Yo tenía un
asiento y un remo asignado, pero nunca tuve reales intenciones de
abandonar mi patria, pues estaba recomenzando algo que yo consideraba
una indestructible relación amorosa con una elegante mujer, mi novia
desde la adolescencia.

Nos abrazamos y la balsa partió sin mí un domingo a las cuatro de la
madrugada.

Después de diecisiete horas de navegación al azar, fueron recogidos a la
fuerza por un escampavías de la marina norteamericana y trasladados a
Guantánamo.

A la mayoría jamás los volví a ver, nunca llamaron, nunca se
comunicaron, salvo muy cortas visitas de dos de ellos por asuntos
familiares. Y uno falleció, lejos y solo.

Más de veinte años después ya somos otras personas y no tenemos que ver
unos con otros. ¿Qué pasó? La distancia, el estrés por sobrevivir y
triunfar en una nación totalmente diferente y bestial los absorbió y no
le hallaron sentido a continuar anclados en el pasado. Decidieron cortar
de raíz y lo lograron.

Para un emigrado, venir a Cuba de visita implica una cantidad de dinero
que pocos poseen. Aquí consideran a los visitantes como los tíos ricos
que van a asumir los gastos de unas prolongadas pachangas para toda la
familia. La mayoría de quienes vienen pretenden aparentar un nivel de
vida con el que no cuentan y se endeudan hasta las cejas. Otros asumen
no viajar y postergan eternamente el emocionante y económicamente
desgastante momento de retornar a un pasado que desean olvidar.

Tenía una hija de un primer matrimonio quien, junto a su esposo y una
niña de diez años, decidieron emigrar a los Estados Unidos en busca de
mejores horizontes económicos. Dudé casi hasta último minuto que ellos
pudieran irse debido a la gran cantidad de problemas y traspiés que
encontraban en cada gestión a donde les acompañaba. Finalmente se
fueron, en el verano de 2010. Inicialmente les fue muy mal como a todo
emigrante. Llamaron algunas veces. En algún momento dejaron de hacerlo.
No he tenido noticias aunque sí rumores de que les va, sobreviven y ya
tiene tres hijos, dos nacidos allá que no conozco. Solo los logré ver en
Facebook, donde dejé un mensaje que nunca fue respondido. ¿Qué pasó? No
sé. Por muy mal que les fuera no hay explicaciones para ni si siquiera
llamar por teléfono y desaparecer totalmente del radar familiar.

Mi novia de la adolescencia, elegante y bella mujer, médico,
especialista en gineco-obstetricia, se adaptó muy bien a la comodidad de
vivir junto a mi mientras laboraba como guía de turistas, un puesto de
trabajo muy lucrativo entonces, donde obtenía unos 800 cuc como promedio
mensual.

Ella disfrutó grácilmente conmigo durante veinte años. Cuando por
razones políticas perdí el trabajo y el ingreso bajó dramáticamente, no
duré un año a su lado. Una mala tarde, con una peor excusa, me expulsó
de la casa. Me fui con las minucias personales y mi viejo auto. Mis
actividades disidentes ponían en peligro su muy duramente alcanzada
estabilidad económica y laboral. No más de un año después escapó hacia
Ecuador, con todos sus títulos legalizados y reconocidos. Dos hijos, el
más pequeño mutuo, permanecen detrás, en espera del momento adecuado
para la salida.

En las frecuentes comunicaciones iniciales, la relación parecía
reverdecer. Prometía con alguna frecuencia ayudarme a escapar. Mientras,
yo atendía a los vástagos que había dejado detrás.

Ya para el segundo año, laboraba como especialista en un hospital
estatal, se había comprado un auto nuevo, planeaba montar una clínica
privada y ganaba varios miles de dólares al mes.

Cuando vino de visita dos años después, ya era otra persona. Los correos
cariñosos y prometedores se habían ido extinguiendo con el tiempo.
Inicialmente, me evitó. En persona y molesta me dijo que no me iba a
ayudar y que si me conviene, espere a que el más pequeño se establezca
en Ecuador o en alguna otra parte y sufrague mi salida. Esto va a
demorar varios años. Sucede casi a mis sesenta.

El golpe fue brutal. Aún hoy no me recupero del todo. La persona a quien
tanto amé, en quien más confié, por quien no me fui cuando pude hacerlo,
y quien más esperanzas de ayuda me brindó inicialmente, de repente me
rechaza de plano. ¿Qué pasó? La señora, de ser una insignificante médico
en Cuba pasó a la media-alta burguesía ecuatoriana, directora de un
hospital con varios títulos médicos. Con los planes del carro nuevo y la
clínica, no le alcanza el dinero para ayudar a nadie. Ya el escritor
ignorado no tiene qué ofrecerle.
Mis amigos, mi hija y mi mujer se marcharon. Todos cambiaron, decidieron
olvidar sus orígenes y sus historias personales, por muy amables que
fuesen. ¿Será el pasado tan doloroso como para tener que olvidarlo?

El número de emigrantes, legales o no hacia los Estados Unidos y otros
países, ha alcanzado cifras records en los últimos años. Mientras, la
población cubana envejece a ojos vistas. Antes del año 2030, si la
tendencia continúa, Cuba será la nación más envejecida del planeta.

¿Quién logrará explicar las razones verdaderas del por qué las personas
que emigran cambian tanto, se tornan más pragmáticas y crueles, olvidan
o intentan olvidar sus orígenes, desdeñan la amistad y el amor de
quienes alguna vez incondicionalmente los amaron tanto y estuvieron tan
cerca?
eduardom57@nauta.cu; Eduardo Maro

Source: Emigrados | Primavera Digital -
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