25 de febrero de 2014

“Espacio Laical” y la oposición leal

Oposición, Disidencia, Espacio Laical

"Espacio Laical" y la oposición leal
La "oposición leal" no no es una bola de plastilina que podamos moldear
según nuestros intereses, sino un concepto
Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 24/02/2014 10:29 pm

El tema de una posible oposición leal (OL) en Cuba parece reclamar un
lugar en el debate intelectual cubano. Ahora reaparece de la mano de dos
valiosos intelectuales católicos —Lenier González y Roberto Veiga— en
dos breves artículos aparecidos en Espacio Laical, y desde el que
convocan a la discusión. Es bueno que así sea. Que se debata este asunto
y otros tantos que cruzan el presente cubano y van a ser ineludiblemente
partes de nuestro futuro como sociedad.
Solo que, si aspiramos a un debate calificado sobre cualquier tema, que
ayude a remontar nuestro pensamiento social, es imprescindible colocar
la discusión al nivel teórico en que se encuentra a escala planetaria. Y
creo que este ha sido una falencia recurrente de lo que se discute en
Cuba, debido a una infinidad de problemas —epistemológicos, políticos
e ideológicos— en los que no puedo detenerme ahora. Nos hemos
acostumbrado tanto a la idea de que somos excepcionales, que nos
permitimos merodear ligeros de equipaje por zonas teóricamente muy densas.
Y esto es lo que ha estado sucediendo con la discusión sobre OL. Este es
un término atractivo políticamente y llamativo conceptualmente como
sucede con todo oxímoron. Para Cuba sería un paso de avance político, y
como suena ambiguo, se puede usar como si se andara de puntillas por un
dormitorio de niños traviesos. Pero desafortunadamente no es una bola de
plastilina que podamos moldear según nuestros intereses, sino un
concepto. Como tal admite siempre elasticidades funcionales, pero la
flexibilidad tiene un límite en la desfiguración de su sentido. Por
ello, hay un principio básico que anima el concepto de OL: su sustantivo
es oposición y la lealtad es un adjetivo: la esencia radica en lo
primero y los matices en lo segundo.
Por consiguiente cuando alguien habla de oposición leal está hablando de
una relación política en que la parte aludida aspira a desplazar del
poder y aplicar políticas diferentes a la otra parte que detenta el
poder. Y que el sistema ofrece vías para hacerlo a partir de sus propios
procedimientos. Cualquier partido, de izquierda o derecha, que acepte
las reglas electorales en una democracia liberal es una oposición leal.
Pero los partidos periféricos que existieron en los regímenes
este/europeos, o en México durante la hegemonía priista, no eran
exactamente oposiciones leales, sino partidos subordinados, aplastados,
caricaturizados.
Lo de leal se ha referido históricamente a que la oposición acepta la
legitimidad de esos procedimientos, y por consiguiente, también del
grupo que detenta el poder establecido. Y en consecuencia no aspira a
derrocarlo, ni a extirparlo como opción política, sino solamente a
relevarlo y a mantenerlo fuera del poder todo el tiempo legalmente posible.
Creo que Veiga y Lenier —y junto con ellos algunas otras personas que
mencionan— han creído hablar de oposición leal, aunque realmente
hablaban de otra cosa: de acompañamiento crítico consentido (ACC).
Entendiendo esto último como un espacio semiautónomo desde el que
intelectuales y activistas pueden hacer críticas sistemáticas a las
políticas oficiales y sus efectos, pero sin proponerse un relevo
gubernamental. Estos espacios pueden ser diversos y puntuales, pueden
ser debido a políticas deliberadas o por faltas de políticas, pueden
operar en territorio nacional o en la emigración. Antes el Centro de
Estudios sobre América o la Fundación Félix Varela, ahora la revista
Temas, el Observatorio Crítico, el Centro de Estudios de la Economía
Cubana o CAFÉ han sido o son ejemplos de ACC.
Los ACC no indican una democratización —como lo indicaría una
oposición leal— sino solamente el surgimiento de espacios menos
controlados como consecuencia del tránsito de un régimen totalitario a
otro autoritario (justo lo que está pasando en Cuba desde los 90) en que
no se pide el alma a los súbditos, sino solamente la obediencia. Y que
puede ser compatible con estos espacios críticos siempre que respeten
algunas reglas y no se propongan una convocatoria pública descomedida.
La vida de estos ACC es siempre precaria, sometida a presiones que deben
afrontar con valentía (y morir en el intento) u ocultando el cuerpo (y
bajar muchas veces la cabeza). Al menos que exista un pacto de clara
conveniencia que obligue a la clase política a asumir la carga de un
acompañamiento crítico. Y es esto último lo que ha sucedido con la alta
jerarquía católica, incluyendo aquí a su ventana para la comunicación
con la intelectualidad cubana: Espacio Laical. Aspirar a que los
dirigentes cubanos vayan a designar a los contertulios de los últimos
jueves de Temas o a los tecnócratas del CEEC como sus opositores leales
es solamente un despliegue desconsiderado de bovarismo intelectual.
Tanto para Veiga como para Lenier la noción de Oposición Leal aparece
relacionada con valores que la relación debe asumir y al mismo tiempo
debe resguardar. Y esos valores invocan el desiderátum de una sociedad
solidaria, democrática, despolarizada y consensuada. Pero al mismo
tiempo insertada en una matriz ideológica que polariza, excluye y rompe
consensos: la tradición nacionalista revolucionaria. ¿Qué pasaría, por
ejemplo, si un grupo de personas deciden que la sociedad cubana debe
renunciar a metas socialistas y encaminarse sin sonrojos hacia el
capitalismo? ¿O si consideran que los principios de intransigencia
nacionalista deben ser cambiados por otras visiones globalistas? ¿Quedan
fuera de la oposición leal?
La otra cara de este mismo problema es la elite política cubana. Con
absoluta honestidad, si se va a discutir el asunto de la oposición leal
hay que comenzar discutiendo el principal obstáculo para que algo así
pueda existir en Cuba: la permanencia en el poder de una élite política
narcisista, inapelable y que se considera a sí misma como encarnación de
la historia y del futuro de la nación. Es una élite que no considera la
posibilidad de compartir o renunciar al poder, no reconoce el valor de
las minorías, convierte a sus ciudadanos en súbditos y manipula al mismo
tiempo que desconoce a la comunidad emigrada, ese componente clave de
nuestra sociedad transnacional. Y una élite que ha colocado a la nación
cubana en su peor momento histórico y hoy ensaya la restauración
capitalista mediante su propia conversión burguesa y entregando a la
población desprotegida y atomizada a los rigores del capitalismo
contemporáneo.
Finalmente, creo que la discusión sobre este tema, o sobre cualquier
otro, debe pasar por una actualización conceptual acerca de lo que es la
sociedad cubana en esta primera mitad del siglo XXI. El uso, por
ejemplo, del concepto "pueblo" es una buena vacuna política en Cuba,
pero teóricamente en un vocablo equívoco, y una realidad, si la
asumimos, que ha cambiado dramáticamente en los últimos años. Nación y
nacionalismo no lo son menos, en una sociedad transnacional que ha
estado sesgada por la polarización, como resultado de la construcción
ideológica binaria sobre los emigrados que el gobierno cubano comenzó a
hacer desde los lejanos 60. Y así de manera casi infinita, nos topamos
con la realidad de que según más concluyentes y explícitos parecen ser
los términos, mas imprecisos e inútiles resultan.
Felicito sinceramente a Lenier y a Veiga por tan incitadores artículos,
y que ahora, como han hecho otras veces tan fructíferamente, hayan
abierto las puertas a un debate que tanto necesitamos.

Source: "Espacio Laical" y la oposición leal - Artículos - Cuba - Cuba
Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/espacio-laical-y-la-oposicion-leal-317018

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